viernes, 6 de enero de 2012

El cielo está floreado en Bahamas


Me imagino en una casa de estilo colonial, restaurada y bien tenida en el centro de una ciudad de algún país caribeño donde se habla inglés. Estoy sentado en la sala, sobre un mueble de mimbre sin hacer nada mientras las personas a mi alrededor se entretienen charlando entre copas de una bebida exótica y con música ambiental de fondo. Tengo ganas de leer un periódico pero la atmósfera que me rodea me cautiva y me pongo las gafas de sol para contemplarla, no soy el único que lo hace; en el otro extremo de la sala hay un grupo de músicos que descansan en silencio sobre un sofá largo, meciéndose en las hamacas del patio interno unas damas europeas vestidas para ir al mar leen libros de Hemingway, a mi lado está mi amiga Anamaría con ganas de salir a caminar y en un taburete frente a mí se acomoda una turista argentina que espera a que su novio le traduzca unas líneas de una enciclopedia a un hombre de barbas largas que habla el español con acento portugués.
Creo que existe un tiempo paralelo al que conocemos, algo parecido a no hacer nada, en el cual percibimos concientemente lo que nos circunda en un plano abstracto. Es levar anclas y partir hacia lugares no explorados de nosotros mismos con la promesa de volver siempre a puerto seguro; lo que le sucedió a los seres a los que la sociedad llama locos fue que se quedaron en altamar, buscando el color del sol o el sabor de la luna que llevan dentro y con sus ojos rasgados y el corazón en el cielo viven en nuestro espacio pero en otro tiempo.
Al cabo de media hora todo empezó a cambiar de lugar en la casa, ya los músicos partieron, la comitiva europea está en el balcón saludando a los vecinos que les lanzan flores y la chica argentina por fin salió con su novio, quien quedó en volver antes del atardecer para ayudarle al viejo a recortar unas noticias del periódico de ayer. Yo dejo de pensar en todo y veo que Anamaría terminó su cuarto café del día, vamos a caminar.

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