La Zurda me atrae pero me controla mentalmente, me pone a hacer cosas que no puedo evitar: Dormir en calzoncillos, leer a Bukowski, publicar esto. Cuando la miro siento ganas de clavarle mis garras alrededor de su cintura y acercármele lentamente hasta su culo frondoso que parece una lechuga. No me importa que cargue ese olor a azufre, tampoco me molesta que con su risa de cerda me interrumpa, ni que hable como Chávez. Lo único que me molesta es que no la puedo tener cuando quiera porque ella vive lejos, y si la llamo no me responde, sólo viene cuando se le da la gana, como una gata madura; no tiene dueño, más bien ella es dueña de una larga lista de hacendados, capataces y labradores, y yo sigo como un idiota esperándola en mi oficina. Oh Zurda, que eres mi Jeannie Nitro: dame de tu botella o déjame chuparte los biberones naturales que adquiriste cuando caíste del cielo para parecer mujer.
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