lunes, 30 de enero de 2012

La vida en el Mediterráneo


En el salón de catequesis del colegio, por allá en los años noventa, el profesor proyectaba unas maravillosas filminas, tal vez traídas de Europa, en las que se mostraban imágenes de humanos y de la naturaleza: Bosques salvajes, granjas verdes, casas de campo, personas sonrientes trabajando, cosas así imperaban mis sueños. Desde aquellos días he querido expresar lo que siento al ver fotografías sublimes que coinciden con mi recuerdo.
Expresar en palabras la vida relativamente fácil, serena y relajada de un niño, por ejemplo, es un reto porque además hay que describir el espacio que lo rodea, la atmósfera que lo circunda, la acción que lo compromete, todo lo que lo involucra. Y por eso preferiría empezar diciendo que el personaje principal es feliz, que vive plenamente, que le gusta ir al mar a ver los atardeceres, que sus cabellos ceden a la presión del viento como lo hacen las nubes en días como el de hoy.
Hoy vi una nube cruzar todo mi cielo como si un transbordador espacial hubiera pasado sobre la ciudad sin avisarnos y unos minutos más tarde, cuando la nube seguía intacta como el primer trazo de un boceto, la luna del mediodía me confirmó lo especial del momento. Momento que se prolongó unas horas más cuando vi al gran sol esconderse en el horizonte iluminando toda superficie posible, como despidiéndose efusivamente, como diciendo "Adieu".
El mar Mediterráneo es un lujo que se puede dar cualquier habitante de las penínsulas Ibérica, Itálica, Balcánica y la de Anatolia, con todos los paisajes naturales y artificiales debe ser un deber ir a contemplar el atardecer en sus costas. Aquellos nombres creados por los dioses están muy lejos de mi perímetro de acción, por eso ahora los uso más a menudo en mi vida esperando que por costumbre pueda llegar a conocerlos.

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